El oro de las quebradas
Tomilí avanzaba despacio por el bosque, mientras maldecía su suerte por nacer minero “si fuera pescador esto no me ocurría, y además vendría lavado del mar...”.
Las luces del asentamiento se difuminaban entre los árboles, mientras el minero se dirigía a su destino. Tenía que entregar la nota cuanto antes, el Rojo era un salvaje y le arrancaría las orejas sin problemas si se le pasaba algún envío. Además de lo que le podía hacer a los niños… escalofríos recorrían la espalda del minero con solo pensarlo.
“Orcus lo coja y le haga unas caricias” pensaba Tomilí mientras se agachaba y ponía la nota en el tocón.
Lejos de Tomilí, un tejón olisquea un montón comida en exterior de una cueva. Sediento se acerca a beber de un gran tonel lleno de agua, pero cuando está dando sus primeros sorbos, nota algo en el aire, erizándose el pelo, sale disparado sin esperar a conocer el origen del olor… Un gañido de frustración acompaña la huída del tejón mientras se esconde en la oscuridad de las Quebradas.